miércoles, 2 de febrero de 2011

Te olvido y empiezo a recordarte

Mira que te quiero ¿eh?, y todavía tengo que mirarte con los ojos de otros para recordar lo que provocas en mí al verte, al respirarte, al oírte…

Pasan por ti los años como la sangre por las venas, como procesión por su calle. El tiempo no hace sino mejorarte. Y, aún así, muchas veces te veo, pero no te miro. Te oigo pero no te escucho. Nos pides ayuda, a la vez que nos das tu pequeñez, tu cercanía, tu comodidad. Y muchas veces te hace más caso quien llega hasta ti por primera vez que quien nació dentro de ti.

Por que te quiero. Por que recuerdo tus días grises del frío invierno, tus días de lluvia o tus rojos atardeceres; las aguas del Duero o el picoteo de las cigüeñas anidadas en tus torres y campanarios. Tus silenciosas calles. Silencio roto entrada la primavera por tus fieles tambores, con tu gente. ¡Ay, tu gente...! !Ay, mi gente...! Pero solo son recuerdos.

Entonces, nos vamos, te dejamos y nos pasamos el día pensando “qué gran verdad aquello de que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Y renaces más zamorano que nunca y decides volver, aunque solo sea de visita. Solo para verte de lejos, para saludarte tímidamente, para recordar aquellos paseos por el casco antiguo, aquel rubor de las primeras veces.

Y viene alguien de fuera y es capaz de ver y valorar lo que nosotros tenemos delante de nuestras narices. Y nos matará perderlo. Lloraremos y lo echaremos en falta. Pero quizá no sea tarde, pues Zamora, aunque sea la bien cercada, recibe con brazos abiertos a inmigrantes, hijos pródigos, nuevas caras, visitantes y todo aquel que sea capaz de llenarse los ojos con ella y llevarse un pedazo de esta tierra en su corazón para tener la excusa de tener que devolverlo.

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