lunes, 24 de julio de 2023

Realmente,... ¿merece la pena?

Los valores son principios o cualidades que dan sentido a las cosas, a los hechos o a las personas. La existencia de un valor es el resultado de la interpretación que hace un sujeto que está condicionado por las costumbres y tradiciones de la sociedad en la que vive, es decir, son ideas abstractas de pensamiento que definen la manera de comportarse de las personas, en definitiva, de cada uno.

Son cualidades positivas, útiles y necesarias para mantener la armonía en las sociedades. Existen, más allá de que se los reconozca como tales. Comprender y conocer los propios valores puede ayudar a tomar decisiones sobre cómo vivir la vida.

Ayudan, por ejemplo, a comprender si dedicar tantas horas a algún proyecto merece la pena, teniendo en cuenta que ese tiempo se detrae de otras ocupaciones o dedicaciones como la familia, o incluso a cuestionarse si nuestro día a día continúa siendo positivo para nosotros, o llega el momento de hacer un giro y realizar un cambio.

Vivimos en este mundo en el que existen una serie de valores comunes que traspasan todas las barreras culturales e ideologías, por ejemplo, el amor, la honestidad o el respeto. Pero por naturaleza humana, por una sociedad que nos absorbe sin nosotros darnos cuenta, o porque simplemente va en nuestro ADN, existen esos antivalores de estos ejemplos citados como son el odio, la inmoralidad o la discriminación.


Estos últimos, los antivalores, atentan contra las creencias importantes sobre las que se basa la vida en sociedad, por ejemplo, contra el respeto, la honestidad, la tolerancia, la responsabilidad, la lealtad, la solidaridad y la armonía.

Y a nuestro alrededor, en nuestro día a día, y pienso que cada vez más, nos encontramos con personas que rigen sus conductas en esos antivalores. Personas que suelen ser negativas, insensibles, apáticas y no les importan las consecuencias que tienen sus actos sobre los otros.

En ellos brilla, por desgracia, la arrogancia, esa falta de humildad, cuando alguien manifiesta una actitud de superioridad o de menosprecio hacia a los demás y considera que merece mayores privilegios que el resto. El egoísmo, la falta de gratitud, cuando alguien manifiesta un excesivo amor por sí mismo y solamente se ocupa de lo que refiere a su interés y beneficio, sin atender las necesidades de otros. La envidia, o falta de altruismo, cuando alguien experimenta tristeza o enojo por no tener lo que desea o lo que otro tiene. La falta de respeto o consideración, cuando alguien no tolera a otros por el solo hecho de no comprenderlos o porque son diferentes, y demuestra indiferencia y falta de aprecio. La irresponsabilidad, cuando alguien no tiene voluntad para cumplir sus compromisos. El odio, cuando alguien manifiesta repulsión, resentimiento y rencor hacia otros. O la hipocresía, esa falsedad que demuestra una persona en sus acciones o sus palabras, fingiendo o pretendiendo cualidades o sentimientos que, en realidad, no tiene. Y muchos, muchos más...

Sí, paremos a pensar, todo eso lo tenemos a nuestro alrededor, y sin darnos cuenta hemos aprendido a vivir con ello pero, de verdad, ¿merece realmente la pena estar alrededor de este tipo de personas?

miércoles, 19 de julio de 2023

Somos nosotros los que necesitamos ayuda

Ayer leí un texto, unas palabras escritas por una joven tras vivir una experiencia por la que todos deberíamos pasar en algún momento de nuestra vida.

Y me han marcado y me han llegado muy adentro. Unas palabras que no solo salen de su mano o de su cabeza, si no también de su corazón, un gran corazón el de esta joven de tan solo 17 años, que junto a otras nueve personas, una de ellas mi hija, de 21 años, ha estado 10 días en un país del continente africano, de esos que llamamos “del tercer mundo”, haciendo lo que muy pocas personas hoy en día son capaces de hacer: dar sin esperar nada a cambio.

Como dice, un viaje que no ha sido nada fácil, en el que han tenido de todo, momentos buenos, y menos buenos. Pero lo que más me llama la atención es la reflexión que hace.

Se prepararon mucho para este viaje. Han estado diez días tan solo con dos maletas y muchas incomodidades, trabajando muy duro para mejorar un poquito a ese mundo ayudando a los demás, y transmitiendo ese lema de una gran familia.. “La Fuerza de Uno”. Se prepararon tanto, y lo hicieron de tal manera, que no le dieron importancia a lo que sería la vuelta a casa.

Ahora, ya de vuelta, es hora de analizar, asimilar y digerir lo vivido. Y a su regreso se da cuenta de que nada ha cambiado y de que todo, absolutamente todo, sigue igual. ¿O no?


A su llegada a casa se da cuenta de que nada de lo que tiene es imprescindible para alcanzar la felicidad, esa felicidad que todo ser humano intenta conseguir con cosas materiales (más dinero, más estudios, más amigos, más cosas -y como relata-, más, más, más…). Un círculo vicioso que no nos deja ver más allá, en el que en mayor o menor medida, sin darnos cuenta, estamos la inmensa mayoría.

Y llega a la conclusión de que las personas que realmente necesitamos ayuda somos nosotros, y no esas personas de ese llamado “tercer mundo”, porque con nada, en condiciones normales, realmente lo tienen todo.

Y es cierto y lleva toda la razón. Estamos faltos de ese buen abrazo, de esas dos orejas que realmente nos escuchen, y de dejar todo, y ser dueños de nuestro tiempo hasta el punto de poder pararlo. Y sí, echamos en falta de esas tres palabras.. “GRACIAS”, “TE QUIERO”, y “LO SIENTO”. Esto es lo que nos da la felicidad plena.

De verdad, C.B.V. eres GRANDE.