sábado, 7 de abril de 2012

Este año no ha podido ser, pero te lo debo.

Tarde sin agua, tranquila y con temperaturas a las que este último invierno no nos tenía acostumbrados. Ahora, en la soledad, y con la música de fondo que tenía que haber sonado en cada rincón de mi Zamora en el día de ayer –Thalberg, Mater Mea, Crucifixión, El Dolor de una Madre, Thalberg de nuevo, una y otra vez-, me siento delante del teclado y escribo ya en frio lo que pudo ser y no fue, o mejor dicho lo que no tenía que haber sido.


Traicionera la primavera, que este año volvió a ganar la partida, quizás al día más grande de la Semana de la Pasión. Ya venía causando estragos a principio de semana dejando en San Lázaro a la Tercera Caída, y el miércoles al Stmo. Cristo de las Injurias en la S.I. Catedral, nuestro Cristo de las tres miradas, nuestro Cristo del Silencio. El tiempo lanzó un órdago a la Vera Cruz, ya el jueves Santo, para, en el día siguiente, ganar la partida a la ciudad, a los zamoranos y a su Semana Santa.

Un año pasa pronto cuando no esperas nada a cambio, pero estos últimos nueve meses han sido largos. No veía llegar el día, despedir a la Soledad a su entrada en San Juan a última hora de la mañana y luego por la tarde andar el camino del dolor desde el anonimato de la fila, bajo caperuz negro, y volver a vivir el momento de oración, sentimiento, sensaciones y recuerdo. Ante todo recuerdo. Porque así quería hacerlo este año. Porque le debía eso y así me lo prometí. Porque él fue quien desde mi niñez me puso a pie de acera, me enseñó y me hizo entender, y sobre todo me guió. Y simplemente porque quería hacerlo; quería rendirle ese pequeño homenaje en ese paseo de “intimidad, recogimiento y silencio”, horas después de cumplir estos nueve meses de su fallecimiento, días después de la celebración del día del padre, su santo, y del que hubiera sido su cumpleaños.

Pegado a la red, contrastadas varias predicciones, la mejor de ellas abría un haz de esperanza para que mis deseos y los de muchos otros hermanos se hubieran cumplido: procesionar en la tarde del luto, la tarde del dolor, acompañando a nuestro Cristo muerto de la Urna, a nuestra Virgen de los Clavos. Aunque nos tocara retrasar la salida. Pero a media mañana la cosa no pintaba bien. Ya era una realidad que había que asumir, tomando la difícil decisión de suspender viaje y comprobar pocas horas después, desde la distancia, que efectivamente, la palabra SUSPENDIDA se iba a oír en San Esteban.

Tanta espera, tanta ilusión, tantos deseos,… y mi corazón llorando al leer la palabra SUSPENDIDA. No es justo.

El año que viene disfrutaré el doble del momento, de las sensaciones, del recogimiento, del recuerdo y de otras muchas cosas que son difíciles de describir. Disfrutaré en un doscientos por cien. Y por eso ya empiezo a contar en mi calendario esos 356 días que faltan para el 29 de marzo.

Me queda el consuelo y la tranquilidad de que a mi padre y a mi Semana Santa los llevo en el corazón, todos y cada uno de los días. Eso no me lo quita nadie. Este año no ha podido ser, pero te lo debo.

No hay comentarios: