sábado, 23 de abril de 2011

Bajo el caperuz


Desde hace días las predicciones meteorológicas no eran las deseadas. Las esperanzas estaban puestas en el mejor de los pronósticos, en el que un chubasco de agua y granizo iba a retar la celebración de la procesión en la tarde de la muerte.

Esta vez la tecnología respondió al cien por cien, minuto a minuto, segundo a segundo. Se retrasaba la hora de salida para vencer a las desafiantes condiciones climatológicas, dejar que descargara ese chubasco previsto para las cinco y media de la tarde, y esta vez sí, hacer la estación de penitencia, acortada por las circunstancias, por las calles de la ciudad del románico. Mi primera estación de penitencia. Mi primera estación bajo túnica y caperuz de terciopelo negro.

Se acercaba el momento. Con un simple gesto, pasaba a ser una persona anónima. Los rostros de todos los hermanos penitentes se ocultaban. Por que así se conmemora la muerte en Zamora. Con austeridad y sin protagonismo alguno. Por que el verdadero protagonista, la tarde del Viernes Santo, tiene nombre propio.

Y así, sobre las siete de la tarde, llegaba mi turno. Siguiendo instrucciones de los celadores, emprendía la marcha en mi camino por la fila derecha, tras La Conducción al Sepulcro, en silencio, acompañado de una soledad interior, como deseaba, como debe de ser. Algún momento de reflexión, de recuerdos, de emociones… Quizás un poco desilusionado por la modificación del itinerario. Pero estaba en la calle.

No puedo describir lo que uno siente ahí. Nunca lo había sentido y ni tan siquiera me lo había imaginado. Te acuerdas de los tuyos; de todos, de los que están y de los que no. Momentos en los que no parecía haber nadie,  solo yo, acompañado en algunos momentos por el sonido de las más puras y bellas marchas de estilo castellano. Y eso, en Zamora, es realmente imposible. Muchos “hermanos de acera”, diría que miles.

Y entre esos “hermanos de acera” en un lugar concreto del itinerario, estaban ellos. Mi familia. Mucha emoción cuando los avisté en la distancia. Tras hacerles un gesto convenido para que pudieran identificarme, vi como les cambiaban  sus caras, reflejo de las horas forzadas de espera en la acera. Y les pude dar una caricia en sus rostros, como diciendo “por fin estoy aquí” que les servía además de aliciente, para ver recompensada esa espera, aunque me vieran como a uno más.


Y se acercaba el final. El momento de la recogida. Último fondo y último esfuerzo de los cargadores para afrontar los metros finales en la Plaza de Santa María la Nueva. Y aún tiempo para la reflexión, para la satisfacción de ver el deseo cumplido y para la esperanza de que el año próximo, esta vez sí, pueda hacer el itinerario completo.

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