Palabras. Eso es lo que le falta a este desván, un poco
dado de lado en estas últimas semanas. Palabras que en este otoño lluvioso pasan por el pensamiento
pero que no son capaces de salir por ninguno de estos dedos que ahora mismo
escriben.
Palabras, esas que ayudan, que empujan, que alientan, que
enjuician o que desahogan. Esas que producen sentimientos, que son bien
recibidas en momentos difíciles y a las que uno no sabe recurrir cuando alguien
realmente las necesita. Palabras que hacen reflexionar o incluso dañan, pero éstas,
al fin y al cabo, siguen siendo nada más que eso: palabras.
Palabras, esas que en ocasiones son difíciles de decir,
que se atrincheran en nuestro interior, y cuando ya es tarde, quedan pendientes
de por vida, provocan el arrepentimiento
y hacen ver a uno mismo que con un nada
se podía haber dicho un todo. Pero ya es tarde.
Palabras, esas que se lleva el viento, o por el
contrario, quedan escritas en un trozo de papel, o para siempre en un sitio de
nuestro corazón.
Palabras, esas que salen de la voz de nuestros seres
queridos. Esas, que en momentos se echan de menos. Esas que cuando nos llega el
momento, se lleva uno consigo para siempre.