sábado, 21 de abril de 2012

A todos los que en algún momento os cruzasteis conmigo en la "urba"

El destino, el azar y la voluntad de muchas familias, y sobre todo aquella época en la que nos tocó vivir nuestra infancia, hizo que en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo, muchos chicos compartiéramos innumerables momentos en un lugar del mapa, que mucho ha cambiado desde aquel entonces. Familias movidas por obligaciones laborales, o por buscar un lugar de descanso en un rinconcito de la sierra, lejos de las grandes urbes, o familias que simplemente desearon fijar allí su residencia. 

Yo soy de una quinta de las que ronda la versión 4.0 de la vida. Pertenezco a una generación a la que se nos inculcó desde muy pequeños unos valores de educación, tolerancia y respeto. Una generación que, cuando niños, conocía pocas comodidades, que jugaba a juegos colectivos como el escondite, el rescate, el corro, la rayuela,…  Coleccionábamos cromos, sellos, canicas o chapas,…  Aprendimos a leer y a escribir con las cartillas Rubio.  Nos conformábamos con un Flash, un “Calipo”, un “Drácula” o un “Frigo-pie”, o masticábamos chicles “Cheiw” (que bueno aquél de fresa ácida), “Bang Bang”, o “Boomer”. Nos bastaba abrir la puerta y salir a la calle para quedar con un amigo para jugar. Nos conformábamos con muy simples videojuegos. Nos pegábamos, nos tirábamos piedras, pero al momento se olvidaba todo. Y cuando un amigo se marchaba a otro lugar, el contacto era por carta o postal, esperando una respuesta que siempre llegaba a partir de los quince días. 

No había Internet, no había móviles. Sólo en el mejor de los casos un teléfono fijo, que poco a poco se hacía hueco en cada hogar. Con dos canales de televisión: La 1ª y la 2ª. Soy de una generación de los que cuando llegaban del cole, se merendaba y a ver el “Barrio Sésamo”, o en las mañanas de los sábados “La Bola de Cristal”. O en la noche de los viernes y en familia el “Un, Dos, Tres”, …

Unas décadas después, en una noche de este invierno algo inusual que hemos pasado, surgió la idea entre dos de aquellos chicos, de aprovechar el soporte de las redes sociales y crear un punto que sirviera para compartir todos aquellos recuerdos, recuperar nuestras viejas fotografías, y sobre todo, que fuera nexo de reencuentros de aquellos chicos y chicas que compartieron momentos buenos y menos buenos.  Así poco a poco, empezásteis a aparecer personas con las que compartí aunque fueran solamente algunas horas, personas con las que fui al colegio, con las que disfrutaba en los juegos, o simplemente personas con las mismas inquietudes y deseos. 

Aunque solamente llevamos poco más de un mes, me ha gustado volver a ver fotos de aquellos tiempos, volver a leer nombres de personas que, si no es por esto, quizás hubieran quedado en ese rinconcito del olvido para siempre. Con algunos de vosotros posiblemente apenas coincidiera personalmente, pero veo que compartís del mismo modo vuestros recuerdos y vuestras vivencias. Ya se ha hablado del parque, de la dehesa, de la piscina, de los árboles, de las orugas o las avispas del camión amarillo, de los bidones, del bote bolero o del béisbol, de las merendolas,… 

Todo esto ha hecho que todos esos recuerdos que permanecían estancados, regresaran a mi memoria. Y que cerrando los ojos, pueda volver por algún segundo a la “urba”, y  como por aquel entonces, como cuando fui niño, me vea correteando por allí.



Sí. Yo también viví en Los Fresnos. Yo también pasé los mejores años de mi juventud allí, sin duda. Con poco, lo teníamos todo. Nuestra piscina, nuestras canchas de tenis y la mesa de ping pong, el campito de fútbol y el de baloncesto, nuestro parque, nuestras historias, nuestros primeros amoríos, pero lo mejor de todo, nuestros amigos, “los de todo el año”, y “los de verano”. El paso del tiempo se ha encargado de borrar cualquier mal rollo, mal gesto o mala palabra, y dejar solamente lo bueno y lo mejor. Por eso, quiero daros las gracias a todos. A todos los que en algún momento os cruzasteis conmigo en “Los Fresnos”. 

Termino expresando mi más sincera gratitud, en primer lugar a Ana Mª Muñoz, por no dudar ni un instante y mostrar su total apoyo en esta idea, y a todos y cada uno de los miembros de este nuevo grupo, hoy hombres y mujeres, por vuestros comentarios, vuestras aportaciones o simplemente, por pasaros por aquí. Somos todos los que estamos, pero no estamos todos los que fuimos. Falta mucha gente, pero confío en que poco a poco se irán uniendo a éste viaje. En nuestras manos está. Pero solamente el ver que ya ha habido algún reencuentro, hace que haya merecido la pena el dar vueltas a la cabeza para ver como montábamos este tinglado.

Todos tenemos algo en común. Todos vivimos en la Urbanización Los Fresnos.

sábado, 7 de abril de 2012

Este año no ha podido ser, pero te lo debo.

Tarde sin agua, tranquila y con temperaturas a las que este último invierno no nos tenía acostumbrados. Ahora, en la soledad, y con la música de fondo que tenía que haber sonado en cada rincón de mi Zamora en el día de ayer –Thalberg, Mater Mea, Crucifixión, El Dolor de una Madre, Thalberg de nuevo, una y otra vez-, me siento delante del teclado y escribo ya en frio lo que pudo ser y no fue, o mejor dicho lo que no tenía que haber sido.


Traicionera la primavera, que este año volvió a ganar la partida, quizás al día más grande de la Semana de la Pasión. Ya venía causando estragos a principio de semana dejando en San Lázaro a la Tercera Caída, y el miércoles al Stmo. Cristo de las Injurias en la S.I. Catedral, nuestro Cristo de las tres miradas, nuestro Cristo del Silencio. El tiempo lanzó un órdago a la Vera Cruz, ya el jueves Santo, para, en el día siguiente, ganar la partida a la ciudad, a los zamoranos y a su Semana Santa.

Un año pasa pronto cuando no esperas nada a cambio, pero estos últimos nueve meses han sido largos. No veía llegar el día, despedir a la Soledad a su entrada en San Juan a última hora de la mañana y luego por la tarde andar el camino del dolor desde el anonimato de la fila, bajo caperuz negro, y volver a vivir el momento de oración, sentimiento, sensaciones y recuerdo. Ante todo recuerdo. Porque así quería hacerlo este año. Porque le debía eso y así me lo prometí. Porque él fue quien desde mi niñez me puso a pie de acera, me enseñó y me hizo entender, y sobre todo me guió. Y simplemente porque quería hacerlo; quería rendirle ese pequeño homenaje en ese paseo de “intimidad, recogimiento y silencio”, horas después de cumplir estos nueve meses de su fallecimiento, días después de la celebración del día del padre, su santo, y del que hubiera sido su cumpleaños.

Pegado a la red, contrastadas varias predicciones, la mejor de ellas abría un haz de esperanza para que mis deseos y los de muchos otros hermanos se hubieran cumplido: procesionar en la tarde del luto, la tarde del dolor, acompañando a nuestro Cristo muerto de la Urna, a nuestra Virgen de los Clavos. Aunque nos tocara retrasar la salida. Pero a media mañana la cosa no pintaba bien. Ya era una realidad que había que asumir, tomando la difícil decisión de suspender viaje y comprobar pocas horas después, desde la distancia, que efectivamente, la palabra SUSPENDIDA se iba a oír en San Esteban.

Tanta espera, tanta ilusión, tantos deseos,… y mi corazón llorando al leer la palabra SUSPENDIDA. No es justo.

El año que viene disfrutaré el doble del momento, de las sensaciones, del recogimiento, del recuerdo y de otras muchas cosas que son difíciles de describir. Disfrutaré en un doscientos por cien. Y por eso ya empiezo a contar en mi calendario esos 356 días que faltan para el 29 de marzo.

Me queda el consuelo y la tranquilidad de que a mi padre y a mi Semana Santa los llevo en el corazón, todos y cada uno de los días. Eso no me lo quita nadie. Este año no ha podido ser, pero te lo debo.